Querida,
Hace unos días, tomándome un café con una amiga, ella me comentaba lo molesta y saturada que se sentía en su trabajo. Me explicaba cómo le había intentado comunicar a su jefe el estrés laboral que sufría, sin llegar a sentirse apoyada.
Mientras la escuchaba, recordaba haber estado en su situación y sentí su frustración como propia. Fue entonces cuando lo vi claro: la diferencia entre obtener la respuesta que buscamos o no, no depende sólo de cuánta razón tengamos, sino del lugar desde donde argumentamos nuestra petición o derecho.
Tenemos dos posibles posiciones: la de víctima que se coloca en un rango inferior y espera que le lleguen las soluciones desde “arriba”, o la de responsable que se implica y busca activamente la resolución de su problema.
¿Dónde te ubicas tú?
No siempre ocupamos el mismo lugar, pero nos posicionamos en el papel de víctima más a menudo de lo que somos conscientes:
– cuando permanecemos en una situación hostil, y no hacemos nada para cambiarla porque culpamos a otros del abuso y esperamos que el cambio venga de afuera
– cuando, pese al dolor que nos causa un conflicto determinado, no le dedicamos el tiempo necesario a su solución por miedo a ser rechazadas o abandonadas
-cuando decimos que no toleraremos más una actitud o situación, sabiendo que no es ni la primera ni última vez que lo decimos
-cuando nuestros actos no son consecuentes con cómo sentimos y pensamos, nos estamos colocando en un papel de víctimas.
-si soportamos conductas que no consideramos justas, nos estamos posicionando en un lugar inferior.
No somos responsables de las agresiones que recibimos, pero sí de cómo respondemos a ellas. Incluso si optamos por no responder, estamos enviando una clara señal que indica al otro que puede continuar.
Si no ponemos límites claros, damos paso a una aceptación de lo que pretendemos cambiar y a un rencor hacia la persona que responsabilizamos de nuestra situación.
Esto no quiere decir que la responsabilidad sea únicamente nuestra, pero si somos parte del problema, podemos ser parte de la solución.
En las relaciones siempre podemos expresar nuestra necesidad, defender y argumentar nuestro punto de vista, comunicar lo que nos ha molestado y si finalmente no fuera posible llegar a un acuerdo, escoger alejarnos de la situación que nos lastima.
Me parece importante aclarar que cuando hablo de la necesidad de asumir la responsabilidad, me refiero al adulto. En la infancia no tenemos esta capacidad de responsabilizarnos ni de responder de una forma sana a nuestras necesidades. De niños nos toca asumir el papel en el que nos coloca nuestro entorno más cercano, y desde ahí manejarnos como podemos con los escasos recursos que contamos.
En la vida adulta, tenemos más recursos y la posibilidad de elección. En el estado de queja no estamos tomando acción, no estamos ejerciendo nuestra capacidad y derecho a ser nosotras mismas. No nos estamos permitiendo sentir y responder acorde a nuestra necesidad, actuamos desde el miedo y la seguridad de que el cambio no se producirá. El lugar de víctima puede ser cómodo y pasivo, pero también más estrecho y angustioso.
Si nos hacemos conscientes y empezamos a actuar responsabilizándonos, logramos:
- darnos cuenta de las posibilidades que se abren frente a nosotras
- ver nuestra capacidad de cuidarnos y responder a nuestras necesidades
- garantizarnos nuestro respeto y depender menos de los otros para que lo hagan
- ser más selectivas con lo que sumamos a nuestras vidas
- liberar la necesidad de apegarnos a relaciones que no nos llenan
- empezar a vivir una vida de mayor plenitud y libertad, escogiendo nuestras relaciones por voluntad y no por necesidad
Asumir tu responsabilidad te libera de ataduras, te permite fluir con la vida, dejar lo que no funciona y abrazar nuevas oportunidades.
Si esto te ha sido útil y quieres iniciar un proceso de autoconocimiento, reencuentro contigo misma y crecimiento, ponte en contacto conmigo para ver si yo puedo acompañarte en este camino.
Recibe mi cálido abrazo,
Xochitl